Mi nombre es Dolores Bellani, nací en San Antonio de Areco, provincia de Bs. As. Al terminar el secundario en mi pueblo, sin tener muy en claro qué hacer, decidí irme a Capital Federal a estudiar una Tecnicatura en Artes Visuales, ya que de chica, no me podía separar de las manualidades. Vivía llenando la casa de pinturas, lápices, modelando porcelana fría, cocinando, todo lo que es hoy en día mi trabajo.
Disfruté muchísimo la carrera y además me dio la oportunidad de hacer un intercambio estudiantil en Brasil, que fue clave no solo para perfeccionar mi dibujo, sino que también para mi autoestima y mi personalidad vergonzosa.
Al regresar pasé años sin saber qué hacer de mi vida, trabajando en cosas que no me gustaban, intranquila por no encontrar mi mi vocación, mi pasión.
En el 2018 inicié un taller de cerámica en Capital, y no podía creer cómo pasé tantos años de mi vida (26 en ese momento) sin haber experimentado eso. Pasaba horas en el torno, disculpándome con la profesora por no hablar en clase, porque me hipnotizaba.
Ese año, no muy contenta con la vida que tenía en Capital, decidí irme de viaje sola a Europa. En medio de Italia, en Ravello, un pueblo en la montaña con vista a la Costa Amalfitana, rodeado por donde miren de cerámica, me di cuenta que todo me cerraba y decidí volverme a vivir a mi pueblo.
Fue así que volví a Areco a estudiar cerámica en la escuela de Arte, decidí trabajar de manera independiente dando talleres a niños y disfrutando del verde y la paz de mi pueblo. Sabiendo que nunca podría volver a lo de antes, pero sin imaginar que una pandemia mundial me iba a dejar sin mi único trabajo, los talleres.
Por esas razones de la vida que nunca voy a entender, o sí, 3 meses antes me había comprado un horno de cerámica. Desde ese día pasó a ser mi única herramienta de trabajo y no paré. En principio modelando mis piezas a mano, y con algún molde, dibujando en ellas los primeros diseños de flores más sencillas. Al poco tiempo me di cuenta que los encargos se me iban de las manos y me compré un torno. Cerré las paredes de mi taller de cerámica, preparándolo para el invierno. Hasta ese momento era solo un techo en el jardín de mi casa.
Un día gracias a un amigo que me encargó una pieza con animales, terminé de encontrar toda la magia. Conecté mi amor por la naturaleza, podía pasar horas pintando sus ojos, sus detalles, imitando sus colores, sus texturas. Día a día se iban presentando nuevos encargos, con nuevos diseños y desafíos, y yo intentando dar todo para que esa persona pueda irse contenta con una pieza personalizada, donde encuentre su identidad y también la mía.
Poco a poco se iba armando mi marca LOLA, como me decían de chica en mi casa. LOLA no es sólo una pieza de cerámica artesanal, sino que en ella me dejo llevar como si fuera un lienzo en blanco, y entre colores y pinceles voy plasmando lo que me piden, siendo fiel a mi estilo.
Fue así que logré congeniar el dibujo, la pintura, la imaginación, el trabajo corporal del ceramista y la pasión por lo que hago.